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Antes
de conocernos pudimos sentirnos en el vientre de nuestra madre un universo
inundado de calidez, fe y expectativa nos acunaba pacientemente mientras nos
cubría a cada una con aquel manto tibio que animaba a nuestros cuerpos a
desarrollarse al paso de las manecillas del reloj. Cada órgano y extremidad se
fue formando, y en medio de ese milagro creativo fuimos creciendo hasta que
aquel hogar se hizo tan estrecho que nuestros pocos movimientos, eran
traducidos por nuestra madre como suaves cosquillas por detrás del ombligo.
Allí estaba muy oscuro para vernos y transcurridos ocho meses nos inundó el
afán por conocernos, lo que se esperaba como una consulta de rutina, terminó en
un parto de emergencia. Mi hermana fue la primera en nacer, y con tan solo dos
minutos de diferencia nací yo. Ella estaba frágil debido a la presión que había
soportado de mi cuerpo cuando estuvimos allí dentro, le faltaba el aire, y fue
llevada de emergencia a una cápsula de cristal que emanaba un calor similar al
del vientre de nuestra madre. Finalmente tras haber esperado dos largos días
sobre el pecho de mamá, la pude conocer y a partir de ahí comenzamos a vivir
nuevamente , pero ahora en la dimensión de la tierra donde se formó el primer
nudo que empezó a tejer el lazo que ha venido entrecruzando nuestra existencia.
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Catalina y Daniela. 1990 |
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